Los hijos en la adolescencia piden a gritos firmeza
“Cuántos sufrimientos nos ahorraríamos con solamente un no, contestando con firmeza a la voz de la seducción” (Johan Caspar Lavater), y cuántos sufrimientos innecesarios les ahorraríamos a nuestros hijos con solamente un no.
Mis hijos están en la adolescencia, una etapa hermosísima por la que todos hemos pasado, en la que comenzamos a ejercer nuestra libertad y nos vamos haciendo conscientes de lo que significa vivir, asumiendo la responsabilidad de nuestras decisiones.
Los adolescentes necesitan padres firmes, lo piden a gritos, necesitan que les digamos no.
No todo lo que les ofrece el mundo es lo que más les conviene, no porque sea malo, sino porque puede que no sea el momento, o porque hay algo mejor esperando por ellos.
Pasamos por una crisis de firmeza, ya llevamos mucho tiempo en ella; los padres de hoy en día nos mostramos inseguros, indecisos, indefinidos, es demasiado la información a la que se tiene acceso con solo una búsqueda en nuestros celulares.
Todo esto ya se sabe y, ¿cómo podemos ser firmes con nuestros hijos, ejerciendo autoridad sin coaccionar su libertad?.
Ser firmes trae algunas consecuencias que no nos agradan: los hijos se enfadan, algunas puertas se cerrarán con más fuerza, tendremos malas caras por algunas unas horas (si tenemos suerte), o por algunos días…
Nos harán dudar, nos sentiremos mal, pero sabemos en lo más profundo de nuestro corazón que ese NO es lo que les conviene. No hace falta que seamos perfectos para poder ser firmes, es decir, sería ideal que fuéramos coherentes en cómo pensamos y actuamos, pero no es un requisito indispensable cuando se trata de nuestros retoños.
No hay nada más horrible que tener padres que se creen perfectos, de modo que la imperfección es humana y lo que nuestros hijos quieren y anhelan son padres humanos y firmes.
Vivimos la firmeza cuando exigimos lo correcto en la forma correcta aunque no guste.
Aquellas reacciones de nuestros hijos que no nos gustan tanto, no nos debe afectar, no nos lo debemos tomar personal, ellos están creciendo y hace parte de su proceso.
A las madres a veces nos corren lágrimas por las mejillas; eso está bien, quiere decir que nos duele, y cuando nos duele es que estamos sufriendo, y si estamos sufriendo es que estamos educando.
A veces exigimos más de lo que en realidad nuestros hijos pueden dar, entonces entra en juego la flexibilidad y la comprensión. “Hay que exigirle a cada uno aquello que es capaz de hacer o de dar. La autoridad debe basarse sobre la razón”. Nos lo dice el rey del Asteroide 325 en el libro El Principito.
Sin autoridad los hijos se sienten desvalidos y sin rumbo, y esta se debe ejercer con firmeza.
Los padres estamos en constante tensión, apretamos, soltamos, observamos y volvemos a empezar, y si no sabemos, debemos preguntar.
En esto consiste el Arte de Educar a nuestros hijos.